La diferencia entre un melómano y alguien al que le gusta la
música radica en cuánto tiempo de su vida se mide por recuerdos musicales; mi
vida es un musical.
Cuando la melomanía te azota con fuerza, deseas compartir
tus conocimientos musicales con el resto del mundo para que pueda sentir tus
mismas sensaciones. En ese preciso momento es cuando te haces DJ. Básicamente,
este precepto es la base: ser un melómano empedernido que se dedica a mostrar
al público la música que encuentra tras largas jornadas de escucha, la
selecciona y la pincha. Otra de las claves es dar a conocer grupos que jamás
tendrán la oportunidad de ser escuchados en los medios convencionales ni serán
referenciados en casi ninguna revista para así cumplir el ciclo vital de la
música independiente. Suponiendo que se cumplan todas esas normas que
recapitulo y recalco: melomanía empedernida, sensibilidad musical, capacidad de
selección, destreza en la mezcla, adaptarse al estilo y horario de la sala,
saber mirar al público y ofrecer conocimientos musicales a los que no accede el
usuario de a pie. Llegando a cumplir todas esas normas y reglas del buen
pinchadiscos, nunca, jamás de los jamases, se pongan como se pongan, el DJ será
un artista o hará arte. El mero respeto de un profesional de la cabina por los
artistas que hacen la música que pincha, que son los que hacen arte, debe
alejar cualquier atisbo, ínfula u otras memeces de artisteo de la cabeza de un
DJ. El DJ es como un galerista de arte; puede ser ingenioso y carismático,
tener buen gusto y una técnica fabulosa para juntar cuadros… pero nunca será De
Chirico.
Dicho esto, me resulta chocante ver cada día a más DJ de
nuevo cuño que se consideran artistas por poner música, casi la totalidad de
ellos con controladora —también llamada simuladora de pinchar—; incluso alguno
te exige una entrevista. Sin embargo, la mayoría de ellos no cumple ningún
requisito ni siquiera para ser un juntacanciones; ¿cómo demonios pretenden ser
artistas? De todas la profesiones afectadas por la piedra filosofal del siglo
veintiuno, o sea, internet, la de selector musical es de las más ninguneadas
por el intrusismo banal de los nuevos adeptos. Ávidos de fama fácil e
insustancial, sacan provecho de todos los defectos que ostenta la profesión
desde hace años: las drogas, la incultura musical, el conservadurismo de los
dueños de las salas y la modernez decadente y anticuada. Hoy en día para ser DJ
tienes que ser relaciones públicas y cobrar por las cabezas congregadas en la
sala. Para ganar un buen sueldo tienes que ser el Paquirrín de turno, el
guitarrista/cantante/batería de un grupo de moda en tiempos de crisis y pinchar
para ganar un caché que no te mereces. O lo que es peor, casarte con una musa
de una movida que debería estar enterrada porque ya apesta —la movida, no la
musa; no la liemos todavía que aún hay más.
Pese que el alegato que voy escribiendo pueda parecer de
carácter meramente laboral, no se dejen llevar por las apariencias, es por amor
al arte. Aunque los DJ no son artistas, sí sirven para diseminar ese arte. Pero
esa maravillosa labor se está perdiendo junto con cada letra del otrora
glorioso término independiente; ser DJ se ha convertido en un desfile donde
vemos pasar monigotes disfrazados, gente
sin criterio musical, pelotas
cabineros venidos a más, ‘rock stars’ de postín, tronistas ciclados y
triunfitos fracasados. Todos ellos llegan al unísono a una profesión
vulgarizada gracias a intereses in-dependientes cada vez mayores, a una fama
muy alejada de la verdadera razón musical. Hay más DJ interesados en ser
alguien que en la música, afanosos de una fama palaciega y fugaz. Cada día es
más fácil ver a un sucedáneo de DJ haciendo el mono encima de un bafle mientras
suena por milésima vez el aberrante ‘Hey, Boy, Hey, Girl’, de los Chemical
Brothers; cada día son más los que creen que la ecualización es una fórmula
matemática; cada día es más difícil oír una buena sesión y más fácil escuchar
la misma cantinela; y si me apuran, cada día es más difícil ver a un DJ hacer
su trabajo con dignidad. Afortunadamente, sigue habiendo DJ de verdad de la
buena, de esos que no se creen artistas y siguen viviendo para la música —y no
de la música—. Desde esta modesta sección, a todos ellos les digo: gracias por
no sucumbir; seguiremos luchando.
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